Mon Laferte presenta Femme Fatale

El noveno álbum de la artista chileno-mexicana se erige como una obra de poder, vulnerabilidad y deseo. Un manifiesto sobre la belleza caótica de ser mujer.
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Cuerno Nueva York

En la oscuridad elegante de un club de jazz imaginario, entre copas que suenan como promesas y luces que tiemblan sobre la piel, Mon Laferte canta. No interpreta, confiesa. No compone, exorciza. Con Femme Fatale, su noveno álbum, la artista chileno-mexicana ofrece una obra que no solo se escucha, sino que se habita: un retrato descarnado de la feminidad contemporánea, capaz de reunir en un mismo gesto la dulzura y la furia, la melancolía y la plenitud.

“Quise plasmar la belleza, a veces sensual, glamorosa, otras radiante o decadente de una mujer en sus eras de amor y desamor”, dice Laferte. Esa intención recorre cada uno de los 14 temas que integran el disco, una travesía sonora donde el bolero, el pop lírico, el lounge y el jazz se entrelazan para crear una atmósfera de madrugada perpetua. Es música que huele a perfume caro, a tabaco, a cicatriz. Una oda a las mujeres que arden y se reconstruyen con la misma intensidad.

El álbum se abre con la canción que le da nombre: Femme Fatale, una declaración de identidad que abraza el caos y lo transforma en belleza. La protagonista no teme arder; se sabe fuego, promesa y revolución. En Mi Hombre, versión de un clásico francés estrenado en el Casino de París en 1920, Mon rescata la voz de las mujeres que amaron desde la herida, pero también desde la resistencia. En El Gran Señor, denuncia la violencia que se disfraza de amor; mientras que 1:30 es una confesión poética, brutal y casi performática, sobre los cuerpos, los abusos y la reconstrucción del deseo. Cada letra abre una herida para dejarla sanar al aire, con la elegancia trágica de quien ya no se disculpa por sentir demasiado.

Femme Fatale

La fuerza visual del álbum es igual de poderosa. De la mano de la directora chilena Camila Grandi, Mon construye un universo donde el glamour se vuelve espejo roto: la diva se maquilla entre lágrimas, la heroína baila con su sombra, la mujer fatal no mata —renace—. Hay algo de Billie Holiday y algo de la femme fatale del cine clásico, pero sobre todo hay una estética del presente, una que entiende la sensualidad como una forma de libertad y el dolor como parte inevitable de la belleza.

En canciones como Melancolía, el primer sencillo, Laferte mira al pasado del rock en español con nostalgia y lucidez, evocando una época donde el amor era más trágico y menos filtrado. En La Tirana, junto a Nathy Peluso, dos potencias femeninas se encuentran para derribar los clichés del poder masculino y reclamar el derecho a ser intensas, imperfectas, insaciables. En My One and Only Love, junto a Natalia Lafourcade y Silvana Estrada, el amor se convierte en refugio espiritual, en una oración bilingüe que abraza la ternura como acto revolucionario.

Detrás del sonido, hay una mujer madura que se sabe dueña de su historia. Femme Fatale llega tras una etapa escénica brillante —su participación en la puesta mexicana de Cabaret, a teatro lleno, y sus nuevas nominaciones al Latin GRAMMY—, pero también después de un proceso personal de introspección. Mon Laferte no busca hacer música para gustar, sino para sobrevivir. Lo dijo recientemente: “Espero no hacer música para chavos, quiero hacer música que refleje la vida que ya he vivido”. Esa sinceridad, lejos de ser un gesto distante, se siente como un abrazo cómplice a todas las mujeres que también están reinventándose.

El disco culmina con Vida Normal, una canción que parece escrita frente al espejo: una madre, una artista, una mujer cansada que busca algo tan simple —y tan complejo— como la estabilidad. Allí, Mon deja atrás el mito de la mujer perfecta o del amor redentor, y elige lo real: la rutina, las ojeras, el café, las pastillas, la risa que vuelve. Una despedida del personaje y una bienvenida a la vida común, que en su voz suena profundamente extraordinaria.

Femme Fatale no es solo un álbum: es un manifiesto visual, poético y emocional sobre la experiencia femenina. En un mundo que aún teme la fuerza de una mujer que se conoce, Mon Laferte canta desde el centro del incendio. Lo hace con voz de terciopelo, con uñas de fuego, con una honestidad que desarma. Porque ser femme fatale, en su versión, no es ser temida: es ser libre, ser consciente, ser infinita.

Fotografias por Mayra Ortiz @mayraortizph 

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